PALABRA DE VIDA, marzo 2013[1]
«El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra» (Jn 8, 7).
Mientras
Jesús enseñaba en el templo, los escribas y fariseos le llevaron una mujer a la
que habían sorprendido en adulterio y le dijeron: «La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» (Jn 8, 5).
De
ese modo querían tenderle una trampa. En efecto, si Jesús se manifestaba en
contra de la lapidación, podrían acusarlo de ir contra la Ley , según la cual los
testigos directos de la culpa debían comenzar a lanzar piedras a quien había
pecado, seguidos luego por el pueblo. Y al contrario, si Jesús confirmaba la
sentencia de muerte, entraría en contradicción con su enseñanza sobre la
misericordia de Dios con los pecadores.
Pero
Jesús, que estaba inclinado escribiendo con el dedo en el suelo, demostrando
así su imperturbabilidad, se incorporó y dijo:
«El que esté sin pecado, que le
tire la primera piedra».
Ante
aquellas palabras, los acusadores se retiraron uno tras otro, empezando por los
más viejos. El Maestro, dirigiéndose a la mujer, dijo: «¿Dónde están? ¿Nadie te
ha condenado?». «Nadie, Señor», respondió ella. «Tampoco yo te condeno. Anda, y
en adelante no peques más» (cf. Jn 8, 10-11).
«El que esté sin pecado, que le
tire la primera piedra».
Con
estas palabras no es que Jesús se revele permisivo ante el mal, como el
adulterio. Sus palabras «anda, y en adelante no peques más» dicen claramente
cuál es el mandamiento de Dios.
Jesús
quiere destapar la hipocresía del hombre que se erige en juez de la hermana
pecadora sin reconocerse a sí mismo pecador. Así subraya con sus palabras la
conocida sentencia: «No juzguéis y no seréis juzgados. Porque seréis juzgados
como juzguéis vosotros» (Mt 7, 1-2).
Al
hablar de este modo, Jesús se dirige también a esas personas que condenan a los
demás sin apelación y sin tener en cuenta el arrepentimiento que puede brotar
en el corazón del culpable. Y muestra claramente cuál es su comportamiento
respecto a quien comete una falta: tener misericordia. Cuando aquellos hombres
se alejaron de la adúltera, «sólo quedaron dos allí -dice Agustín, obispo de
Hipona-: la miserable y la misericordia»[2].
«El que esté sin pecado, que le
tire la primera piedra».
¿Cómo
poner en práctica esta Palabra?
Recordando,
ante cualquier hermano o hermana nuestra, que también nosotros somos pecadores.
Todos hemos pecado, y aunque nos parezca que no hemos incurrido en graves
errores, debemos tener siempre presente que se nos puede escapar el peso de las
circunstancias que han inducido a otros a caer tan bajo y a alejarse de Dios de
semejante forma. ¿Cómo nos habríamos comportado nosotros en su lugar?
También
nosotros hemos roto a veces el vínculo de amor que debía unirnos a Dios, no
hemos sido fieles a Él.
Si
Jesús, el único hombre sin pecado, no lanzó la primera piedra contra la
adúltera, tampoco nosotros podemos hacerlo contra quienquiera que sea.
Así
pues, tengamos misericordia con todos, reaccionemos contra ciertos impulsos que
nos empujan a condenar sin piedad; debemos saber perdonar y olvidar. No
mantengamos en el corazón restos de juicios o de resentimientos donde puedan
anidar la ira y el odio, que nos alejan de los hermanos. Veamos a cada uno como
si fuese nuevo.
Si
en lugar de juicio y condena, tenemos en el corazón amor y misericordia por
cada uno, lo ayudaremos a comenzar una vida nueva, le daremos ánimos para
empezar cada vez de nuevo.
Chiara Lubich