PARA ORIENTAR LA
ATENCIÓN PASTORAL
DE LOS FIELES
DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR.
Afrontar
un delicado problema desde la caridad en la verdad.
En la actualidad son numerosos los
católicos que recurren al divorcio y que, más tarde, contraen una nueva unión
matrimonial según la ley civil. La atención pastoral de estos fieles constituye
un motivo de preocupación para cuantos ejercemos el ministerio pastoral. Esta
preocupación llega a ser especialmente dolorosa cuando se trata de personas que
fueron abandonadas injustamente, a pesar de los esfuerzos que hicieron por
salvar su matrimonio canónico; o que están sinceramente convencidas de la
nulidad del matrimonio sacramental, aún sin poder demostrarla en el foro
externo; o que, tras recorrer un largo camino de reflexión y penitencia, por
motivos serios (como la educación de la prole), no pueden satisfacer la
obligación de separarse.
Como ministros de la caridad de
Cristo, y de la maternal cercanía de la Iglesia, sentimos el deber, ante todo,
de acoger a estos hermanos con amor, exhortándoles a confiar en la misericordia
de Dios y sugiriéndoles, con prudencia y respeto, caminos concretos de
conversión y de participación en la vida de la comunidad eclesial[1].
No obstante, la comprensión y la verdadera misericordia no pueden permanecer
ajenas al respeto a la verdad. Por eso, los fieles que se encuentran en
situación conyugal irregular también deben ser instruidos en la doctrina de la
Iglesia acerca de la recepción de los sacramentos[2].
Concretamente, Jesús enseña que
no podemos reconocer como válida una nueva unión mientras persista el primer
matrimonio: “Si uno repudia a su mujer y
se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su
marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10,11; cf. Mt 5,32; Lc
16,18). Esta doctrina fue bien conocida y aceptada en la Iglesia Apostólica. De
ello nos ofrece un claro testimonio el mismo Pablo: “A los casados les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no
se separe del marido; pero si se separa, que permanezca sin casarse o que se
reconcilie con el marido; y que el marido no repudie a la mujer” (1 Co
7,10-11). Resulta evidente que el Apóstol repite la enseñanza de Jesús, proponiéndola
explícitamente como un mandato del Señor. En consecuencia, los divorciados que
se han vuelto a casar civilmente se han puesto ellos mismos en una situación
que contradice objetivamente la ley de Cristo.
En fidelidad a la enseñanza de
Jesús, la doctrina y la praxis de la Iglesia han sido constantes en considerar
que los fieles que se encuentran en esta situación irregular “no pueden acceder a la Comunión Eucarística
mientras persista dicha situación, y por la misma razón no pueden ejercer
ciertas responsabilidades eclesiales”[3].
El acceso de estos fieles a la
Comunión Eucarística sólo se hace posible “por
medio de la absolución sacramental, que puede ser concedida únicamente a los
que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a
Cristo, están sinceramente dispuestos a llevar una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del
matrimonio. Esto lleva consigo
concretamente que, cuando el hombre y la mujer, por motivos serios –como, por
ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir con la obligación de la
separación, asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea, de
abstenerse de los actos propios de los esposos”[4].
Razones
por las cuales no es posible el acceso a la Comunión Eucarística por parte de
los divorciados vueltos a casar.
Hay dos razones que justifican que los
divorciados vueltos a casar no puedan acceder a la Comunión Eucarística. Ambas
fueron expuestas por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Familiaris consortio (n. 84):
1ª.- La primera razón es de
naturaleza teológica.
Los significados del sacramento
del Matrimonio y de la Comunión Eucarística hacen que la recepción de estos
sacramentos sea incompatible con la decisión de divorciarse y contraer nuevas
nupcias.
En efecto, el sacramento del Matrimonio
capacita a los esposos a para representar y testimoniar, con su amor
indisoluble, la fidelidad inquebrantable de Cristo a la Iglesia. Por eso, san
Pablo enseña: “·Dejará el hombre a su
padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne·. Es
este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia” (Ef
5,31-32). En realidad, como recuerda el Catecismo, “toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de
la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio
nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas (cf. Ef 5,26-27) que
precede al banquete de bodas, que es la Eucaristía. El matrimonio cristiano
viene a ser, por su parte, signo eficaz y
sacramento de la alianza de Cristo y de su Iglesia”[5].
Por consiguiente, no es lícito
contraponer el “lenguaje existencial” al “lenguaje de los sacramentos”, es
decir: lo que vivimos en nuestra existencia cotidiana no puede resultar incoherente
con lo que profesamos y celebramos en los sacramentos. El cristiano no puede
contradecir con su vida el significado de los sacramentos del Matrimonio y de
la Eucaristía. Por la recepción del sacramento del Matrimonio, los esposos son
llamados y capacitados para dar testimonio del amor inquebrantable de Cristo a
la Iglesia. La Comunión Eucarística de los esposos expresa también la comunión
en el amor fiel de Cristo a su Iglesia. La celebración de estos sacramentos
resulta incoherente y contradictoria con la decisión de quebrantar un vínculo
matrimonial válido, para intentar una nueva unión conyugal.
Por consiguiente, la
imposibilidad del acceso de los divorciados a la Comunión Eucarística no viene impuesta
por una norma canónica extrínseca, promulgada arbitrariamente por el magisterio
de la Iglesia, sino que es consecuencia de la situación existencial en la que
se sitúan los divorciados vueltos a casar, que “contradice objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia”,
significada en el sacramento del Matrimonio y actualizada en la Eucaristía[6].
2ª.- La segunda razón es de naturaleza
pedagógica:
Si los divorciados vueltos a casar
fuesen admitidos sin reservas a la Comunión Eucarística, los fieles serían
inducidos a confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la
indisolubilidad del matrimonio[7].
Exigencias
de la caridad pastoral.
Aunque los divorciados vueltos
a casar se encuentran en una situación incompatible con la participación en la
Comunión Eucarística, la actitud pastoral hacia estos hermanos debe estar inspirada
por la misericordia y la benignidad. Por eso, la Iglesia exhorta vivamente a
los pastores, y a toda la comunidad de fieles, para que ayuden a estas personas,
procurando, con solícita caridad, que no se consideren excluidos de la Iglesia,
sino que participen en su vida, escuchen la Palabra de Dios, frecuenten el
sacrificio de la Misa, perseveren en la oración, incrementen las obras de
caridad, luchen por la justicia, eduquen a los hijos en la fe cristiana, y
cultiven el espíritu y las obras de penitencia, para implorar de este modo, día
a día, la gracia de Dios[8].
“La Iglesia está firmemente convencida de
que también quienes se han alejado del mandato de Dios y viven en tal situación
pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación”[9].
[1] Cf.
CONGREGACIÓN PARA LA
DOCTRINA DE LA FE, Carta a los obispos
sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los divorciados
vueltos a casar, n.2.
[2] Cf. Ibíd. n.3.
[3] CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA, n. 1650.
[4] CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA
DE LA FE, Carta a los obispos sobre la
recepción de la comunión eucarística por parte de los divorciados vueltos a
casar, n.4.
[5] CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA, n. 1617.
[6] Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio,
n. 84
[7] Cf. Ibid.
[8] Cf. Ibid.
[9] JUAN PABLO II, Exhortación Familiaris consortio, n. 84.