La única forma para ser eficaces es dejar a Dios ser Dios, dejar que Dios actúe en nosotros y aceptar con humildad y obediencia ser instrumento suyo. Tratar de saber en cada momento qué es lo que Dios quiere de mí, cuál es el proyecto que soñó para mí cuando me creó.
Desde esta actitud básica y vital tendremos libertad para superar tres dificultades:
- la nostalgia de un pasado que desconfía de la acción renovadora del Espíritu para vivir el momento actual.
- La pretensión de que no puedo aprender nada de lo construido hasta ahora y la soberbia de pensar que ahora he descubierto la verdadera Iglesia y el verdadero mensaje de Jesucristo. Es la pretensión de que son mis cualidades y mi sabiduría la que es capaz de evangelizar. Es también desconfianza en la acción de Dios.
- La mediocridad fruto del desánimo ante las dificultades, dejando pasar oportunidades de evangelizar que Dios nos pone en el camino. Es la desconfianza en la acción misteriosa de Dios que actúa a través de nuestras carencias y debilidades.
Superadas, con la ayuda de Dios, estas dificultades podemos poner en práctica cinco actitudes a modo de piezas de un engranaje que hace funcionar a un solo motor. Cada pieza tiene sentido en relación con las demás, sólo hará fecunda la evangelización si se viven íntegramente como un sistema que da sentido a un estilo de vida.

1- Centralidad de Jesucristo, no como personaje histórico del pasado digno de imitar; sino real, vivo y presente, con el que tengo la posibilidad de comunicarme a través de la oración, los sacramentos y la caridad. Para ser fecundo hay que retornar a Cristo renovando en mi vida su presencia y su mensaje. No es un cambio de formas (re-forma) sino lanzar de nuevo el mensaje de siempre; presentar y proponer de nuevo la enseñanza eterna de Cristo (re-novación). Para este retorno a Jesucristo nos ayudará recordar cómo fue la vida de Jesucristo, cómo fueron las primeras comunidades cristianas y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia.
2- Retorno al carisma de mi movimiento o institución. Es aquí volver a las fuentes, volver a Cristo desde el carisma particular. No se trata de una refundación nostálgica ni de una pretensión reformadora como si el carisma no fuera adecuado para nuestro tiempo. Hay quienes quisieran cambiar todo de nuevo (pretensión) y quienes creen en el carisma como una etiqueta del pasado (nostalgia). No es hacerse un experto en el carisma, es bucear en él, en su identidad, en sus inicios y en su gestación. En el caso del MFC no es suficiente conocer sus orígenes y su ideario, es necesario vivirlo, ponerlo en práctica en su integridad y aceptar transformar mi vida conforme al carisma. Es saber cómo se gestó, cómo surgió y, desde la vivencia de su identidad, hacerlo nuevo en la época presente. La creación del MFC surge, como todos los movimientos de la Iglesia, por impulso del Espíritu Santo de una forma determinada. Por una parte surgen “espontáneamente” grupos de matrimonios respondiendo a la llamada del Papa Pio XII y por otra parte es la misma Iglesia la que pide a estos grupos dispersos que se unan bajo las siglas del MFC. Por eso el MFC se definió como asociación pública de fieles con una vinculación especial a la Jerarquía, al servicio de la Iglesia, en la Iglesia, con la Iglesia y para la Iglesia.



Centrados en Cristo, desde el carisma, haciéndolo brotar de nuevo y presente hoy, bajo el impulso del Espíritu Santo y la orientación del Magisterio de la Iglesia. Y poniéndolo bajo la protección de la Virgen María, Reina de la Familia.
De esta manera sembraremos, regaremos y cosecharemos. De otra forma estaremos desaprovechando oportunidades y no estaremos viviendo el proyecto de Dios en nuesta vida y en nuestra comunidad.