Compromiso indelegable
El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. En esta línea de responsabilidades, consideramos importante recordar que tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del Evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada.
Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Éste es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia.
Es, como obispos, nuestra obligación ayudar al discernimiento acerca de la justicia y de la moralidad de las leyes. En este sentido, debemos reiterar que la actual legislación española sobre el aborto es gravemente injusta, puesto que no reconoce ni protege adecuadamente la realidad de la vida. Es, pues, urgente la modificación de la ley, con el fin de que sean reconocidos y protegidos los derechos de todos en lo que toca al más elemental y primario derecho de la vida.
También es apremiante la difusión que realiza la Iglesia a través de diversas entidades como los COF (Centro de Orientación Familiar); la formación de las personas que trabajan en ellos; la creación de dichos centros donde no los haya; la incorporación de más católicos responsables, comprometidos y formados en las diversas tareas de este trabajo a favor de la vida. Entre estos trabajos consideramos importante resaltar la labor de asistencia y ayuda a las madres embarazadas, en riesgo de abortar, en el nivel asistencial-material y también en el psicológico antes y después de un posible aborto. En este sentido, urgimos también a la formación de sacerdotes para poder asistir adecuadamente a las, cada vez, más numerosas madres que padecen el síndrome post-aborto.
Obispos de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la Vida
del Mensaje para la Jornada por la Vida
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Texto completo
La Iglesia quiere celebrar en
esta Jornada por la Vida el don precioso de la vida humana, especialmente en las primeras etapas
tras su concepción. En esta ocasión, de manera especial, ante la falta de
protección a la que hoy en día está sometida. La vida humana es sagrada porque
desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una
especial relación con el Creador, su único fin. La vida humana es un don que
nos sobrepasa. Solo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su
término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el «derecho de matar
de modo directo a un ser humano inocente». Por ello, todo atentado contra la
vida del hombre es también un atentado contra la razón, contra la justicia, y
constituye una grave ofensa a Dios. De aquí la voz de la Iglesia extendiéndose
por todas partes y proclamando que «el ser humano debe ser respetado y tratado
como persona desde el instante de su concepción» y, por tanto, a partir de ese
mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente
el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida.
En esta ocasión, nuestro punto de
partida no puede ser otro más que el de la sagrada dignidad del hombre y del
valor supremo de su vida para toda conciencia recta. Vivir es el primero de los
derechos humanos, raíz y condición de todos los demás.
El derecho a la vida se nos
muestra aún con mayor fuerza cuanto más inocente es su titular o más indefenso
se encuentra, como en el caso de un hijo en el seno materno. La tutela del bien
fundamental de la vida humana y del derecho a vivir forma parte esencial de las
obligaciones de la autoridad. Este servicio que ha de prestar la autoridad no
consiste más que en recoger la demanda que está presente en la sociedad
constituida por personas que nacen a la vida en el seno de una familia, célula básica
de dicha sociedad. El derecho a la vida, que no es una concesión del Estado, es
un derecho anterior al Estado mismo y este tiene siempre la obligación de
tutelarlo.
Afirmar y proteger el derecho a
la vida y en concreto el de un hijo en el seno materno, derecho que es
inherente a todo ser humano y que constituye la base de la seguridad jurídica y
de la justa convivencia, resulta esperanzador y próspero para la sociedad.
El papa Benedicto XVI nos recordó
el gran valor y la importancia que el reconocimiento, aprecio y defensa la vida
humana tiene para la construcción de la paz social, el desarrollo integral de
los pueblos y el cuidado y protección del ambiente: «Quienes no aprecian
suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen, por
ejemplo, la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo,
proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades,
que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e
inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible
pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma
salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más
débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida,
especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al
desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera
subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva
y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas
encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan
el derecho fundamental a la vida».
En nuestro contexto actual,
parece obligado añadir que una conciencia cristiana bien formada no debe
favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la
aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o
contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral en este sentido.
Dado que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el
aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina
católica.
Por otro lado y de igual modo
queremos decir que el compromiso político a favor de un aspecto aislado de la
doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la
búsqueda del bien común en su totalidad. En esta línea de responsabilidades
consideramos importante recordar que tampoco el católico puede delegar en otros
el compromiso cristiano que proviene del evangelio de Jesucristo, para que la
verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada.
Cuando la acción política tiene
que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o
compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y
cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e
irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia
del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de
las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia.
Es, como obispos, nuestra
obligación ayudar al discernimiento acerca de la justicia y de la moralidad de
las leyes. En este sentido, debemos reiterar que la actual legislación española
sobre el aborto es gravemente injusta, puesto que no reconoce ni protege
adecuadamente la realidad de la vida. Es, pues, urgente la modificación de la
ley, con el fin de que sean reconocidos y protegidos los derechos de todos en lo
que toca al mas elemental y primario derecho de la vida.
También es apremiante la difusión
que en este campo realiza la Iglesia a través de diversas entidades como los
COF (Centro de Orientación Familiar); la formación de las personas que trabajan
en ellos; la creación de dichos centros donde no los haya; la incorporación de
más católicos responsables, comprometidos y formados en las diversas tareas que
este trabajo a favor de la vida conlleva. Entre estos trabajos consideramos
importante resaltar la labor de asistencia y ayuda a las madres embarazadas, en
riesgo de abortar, en el nivel asistencial-material y también en el psicológico
antes y después de un posible aborto. En este sentido urgimos también, a la
formación de sacerdotes en este terreno para poder asistir adecuadamente a las
cada vez mas numerosas madres que padecen el síndrome post-aborto.
Por todo ello y dada la
fragilidad de la condición humana y conscientes de nuestras limitaciones,
invocamos y pedimos la ayuda a santa María Virgen, Madre de la Vida.
Obispos de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la Vida
del Mensaje para la Jornada
por la Vida