viernes, 5 de julio de 2013

5 de Julio: aniversario de una ley injusta


Antes de explicar este posicionamiento del Secretariado para la Defensa de la Vida de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, queremos responder públicamente a una cuestión previa: ¿tenemos algo que decir los cristianos sobre una cuestión legal o política? Por supuesto, pensamos que sí, y esta carta es un ejercicio de ese derecho. Juan Pablo II nos lo enseñó de palabra y con el ejemplo. Él participó activamente, con su oración, su predicación y su apoyo, en el movimiento que acabó con el totalitarismo en su Polonia natal, y que tras su extensión concluiría con la caída del muro de Berlín. Nos animó a luchar no sólo con oración y ayuda asistencial, también con las armas que la democracia pone a nuestra disposición, para que las leyes que aprueban nuestros representantes políticos sean justas y respeten la dignidad del ser humano.

Tenemos derecho a opinar, además, porque nuestra opción pro-vida no se basa en meras costumbres religiosas particulares, como el ayuno cuaresmal, sino en el hecho científicamente demostrado de que el inicio de la vida humana no se produce con el nacimiento, ni a las 22 semanas de gestación, ni a las 14, ni con la implantación en el útero materno al 6º día, sino cuando el óvulo y el espermatozoide comparten su material genético para formar el cigoto.

Es verdad que la mayoría de los más activos defensores de la vida prenatal somos cristianos fieles. Quizá se deba a que defender la vida desde la concepción implica luchar contra una poderosa corriente relativista, y resulta más fácil para los que contamos con la ayuda de Dios, recibida por la fe en Cristo. En todo caso, cristianos y no cristianos compartimos algo muy importante: la conciencia íntima de la dignidad del ser humano. No es necesario siquiera ser creyente para reconocer el valor sagrado de la vida humana. Todos nos hemos horrorizado, hace unos días, con la noticia del recién nacido tirado al retrete, en Alicante, por una mujer que alegaba no haberse podido pagar el aborto. Sin entrar en inútiles condenas, démonos cuenta de cómo la aceptación del aborto nos lleva a una pérdida cada vez mayor de sensibilidad moral. Gracias a Dios, aquel niño pudo ser rescatado y vivirá, porque su madre no pudo someterse a un aborto. Otros 40-50 millones anuales, según la OMS, son abortados en todo el mundo. Se les ha negado el derecho a vivir.

Hoy día, podemos acceder a imágenes y vídeos en internet y comprobar lo que de verdad es un aborto, para tener una conciencia más informada. El Dr. Nathanson, recientemente fallecido, que había practicado miles de abortos, cambió radicalmente de opinión cuando vio un aborto filmado por ecografía. Vio cómo las pulsaciones del niño se aceleraban hasta el paroxismo, mientras intentaba en vano alejarse de los instrumentos que le descuartizaban. Se dedicó el resto de su vida a luchar contra el aborto.

Existe una segunda víctima del aborto: la mujer. Las voluntarias que trabajan en la asistencia a embarazadas son testigos de las desinformaciones, presiones económicas, familiares y personales a que se ven sometidas. A menudo, oponerse al aborto es una decisión heroica de una mujer abandonada e injustamente tratada, mientras a su alrededor muchos la animan a quitarse el problema de encima, “problema” que ellos no llevan dentro. Diversas asociaciones cristianas, como Proyecto Raquel, que estamos introduciendo en nuestra Diócesis, se dedican a sanar las profundas heridas psicológicas y espirituales del aborto en la mujer, y también en el hombre.

Por eso, proteger legalmente la vida prenatal no implica encarcelar a las mujeres que han abortado, como explicó Mons. Esteban Munilla, obispo de San Sebastián, en Radio María. Lo que necesitan estas mujeres es acogida y apoyo personal, y en la Iglesia tenemos los brazos abiertos para ellas. Existen otras formas de abolir el lucrativo negocio del aborto y proteger legalmente al no nacido, empezando por no financiar ni autorizar esas “clínicas de la muerte” que son los abortorios. Además, es necesario aportar asistencia real para las embarazadas en situaciones difíciles. La situación de estas mujeres en este tiempo de crisis, su especial vulnerabilidad, debe ser un toque de atención para todos. Tenemos que ayudarlas.

Defender la vida no parece tampoco una cuestión de derechas ni de izquierdas, división por otra parte bastante confusa, aunque muchos se empeñen en reducir la riqueza de la acción pública de los ciudadanos a dos etiquetas tan simplistas. Tabaré Vázquez, presidente (socialista) de Uruguay, explicó en 2008 su veto a la ley que pretendía permitir el aborto en su país, afirmando: “El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados. Por eso se debe proteger más a los más débiles. Porque el criterio no es ya el valor del sujeto en función de los afectos que suscita en los demás, o de la utilidad que presta, sino el valor que resulta de su mera existencia”.

Por otra parte, una toma de contacto cada vez mayor con la realidad puede ayudar a cambiar las conciencias. Así, por ejemplo, hace diez años se vendía con cierto tinte de “progresismo” la idea de reconocer la prostitución e incluirla entre los oficios demandados en el INEM. El conocimiento de las implicaciones reales que supone establecer un “contrato sexual remunerado” con un extraño, ha hecho comprender ya a muchos que la prostitución se parece más a una forma de esclavitud que a un trabajo. “La prostitución existe… porque tú pagas”, es el texto de un buen anuncio público sobre este tema.

En octubre de 2011, el Consejo de Europa aprobó una iniciativa para prohibir el aborto por razón de sexo. Contó con el apoyo de la inmensa mayoría de grupos parlamentarios. En esta ocasión, tanto las supuestas izquierdas como las supuestas derechas entendieron que es injusto abortar a una niña por ser mujer, como ocurre por desgracia en China o India, y como se empezaba a observar también en algunos países europeos. Está claro, pero ¿por qué las niñas tienen derecho a nacer y los que sufren síndrome de Down, no? ¿Es que son menos humanos? Asistimos, con el diagnóstico prenatal, a una verdadera cacería intrauterina de bebés “defectuosos”, amparada por la ley y financiada con impuestos. Podríamos seguir: ¿Por qué las niñas tienen derecho a nacer y los que tienen la desgracia de ser concebidos en “mal momento”, no? ¿Es que sus vidas valen menos? El aborto no se sostiene, es un negocio tan injusto como la esclavitud, la guerra o el tráfico de drogas.

 La Madre Teresa de Calcuta llegó a afirmar que “la mayor amenaza para la paz es el aborto”. Sabía muy bien que somos unos ilusos si pretendemos construir una sociedad justa y en paz, sobre los pequeños cadáveres de millones de víctimas inocentes. La realidad es que todos tenemos derecho a la vida, como afirma nuestra Constitución.


Por todo esto y mucho más, desde el Secretariado de Defensa de la Vida de la Diócesis de Cádiz y Ceuta animamos a todos a rezar por la vida, a colaborar con ayudas sociales y a ofrecer una educación sexual verdaderamente humana. Y también os animamos a actuar y luchar democráticamente para abolir el aborto, especialmente en este 5 de Julio, aniversario de la proclamación de una ley injusta, muy injusta.