Antes de explicar este
posicionamiento del Secretariado para la Defensa de la Vida de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, queremos responder
públicamente a una cuestión previa: ¿tenemos algo que decir los cristianos sobre
una cuestión legal o política? Por supuesto, pensamos que sí, y esta carta es
un ejercicio de ese derecho. Juan Pablo II nos lo enseñó de palabra y con el
ejemplo. Él participó activamente, con su oración, su predicación y su apoyo,
en el movimiento que acabó con el totalitarismo en su Polonia natal, y que tras
su extensión concluiría con la caída del muro de Berlín. Nos animó a luchar no
sólo con oración y ayuda asistencial, también con las armas que la democracia
pone a nuestra disposición, para que las leyes que aprueban nuestros
representantes políticos sean justas y respeten la dignidad del ser humano.
Tenemos derecho a opinar,
además, porque nuestra opción pro-vida no se basa en meras costumbres
religiosas particulares, como el ayuno cuaresmal, sino en el hecho
científicamente demostrado de que el inicio de la vida humana no se produce con
el nacimiento, ni a las 22 semanas de gestación, ni a las 14, ni con la
implantación en el útero materno al 6º día, sino cuando el óvulo y el
espermatozoide comparten su material genético para formar el cigoto.
Es verdad que la mayoría de los
más activos defensores de la vida prenatal somos cristianos fieles. Quizá se
deba a que defender la vida desde la concepción implica luchar contra una poderosa
corriente relativista, y resulta más fácil para los que contamos con la ayuda
de Dios, recibida por la fe en Cristo. En todo caso, cristianos y no cristianos
compartimos algo muy importante: la conciencia íntima de la dignidad del ser
humano. No es necesario siquiera ser creyente para reconocer el valor sagrado
de la vida humana. Todos nos hemos horrorizado, hace unos días, con la noticia
del recién nacido tirado al retrete, en Alicante, por una mujer que alegaba no
haberse podido pagar el aborto. Sin entrar en inútiles condenas, démonos cuenta
de cómo la aceptación del aborto nos lleva a una pérdida cada vez mayor de sensibilidad
moral. Gracias a Dios, aquel niño pudo ser rescatado y vivirá, porque su madre
no pudo someterse a un aborto. Otros 40-50 millones anuales, según la OMS , son abortados en todo el
mundo. Se les ha negado el derecho a vivir.
Hoy día, podemos acceder a
imágenes y vídeos en internet y comprobar lo que de verdad es un aborto, para tener
una conciencia más informada. El Dr. Nathanson, recientemente fallecido, que
había practicado miles de abortos, cambió radicalmente de opinión cuando vio un
aborto filmado por ecografía. Vio cómo las pulsaciones del niño se aceleraban
hasta el paroxismo, mientras intentaba en vano alejarse de los instrumentos que
le descuartizaban. Se dedicó el resto de su vida a luchar contra el aborto.
Existe una segunda víctima del
aborto: la mujer. Las voluntarias que trabajan en la asistencia a embarazadas
son testigos de las desinformaciones, presiones económicas, familiares y personales
a que se ven sometidas. A menudo, oponerse al aborto es una decisión heroica de
una mujer abandonada e injustamente tratada, mientras a su alrededor muchos la
animan a quitarse el problema de encima, “problema” que ellos no llevan dentro.
Diversas asociaciones cristianas, como Proyecto Raquel, que estamos introduciendo
en nuestra Diócesis, se dedican a sanar las profundas heridas psicológicas y
espirituales del aborto en la mujer, y también en el hombre.
Por eso, proteger legalmente
la vida prenatal no implica encarcelar a las mujeres que han abortado, como
explicó Mons. Esteban Munilla, obispo de San Sebastián, en Radio María. Lo que
necesitan estas mujeres es acogida y apoyo personal, y en la Iglesia tenemos los brazos
abiertos para ellas. Existen otras formas de abolir el lucrativo negocio del
aborto y proteger legalmente al no nacido, empezando por no financiar ni
autorizar esas “clínicas de la muerte” que son los abortorios. Además, es
necesario aportar asistencia real para las embarazadas en situaciones
difíciles. La situación de estas mujeres en este tiempo de crisis, su especial
vulnerabilidad, debe ser un toque de atención para todos. Tenemos que
ayudarlas.
Defender la vida no parece tampoco
una cuestión de derechas ni de izquierdas, división por otra parte bastante
confusa, aunque muchos se empeñen en reducir la riqueza de la acción pública de
los ciudadanos a dos etiquetas tan simplistas. Tabaré Vázquez, presidente (socialista)
de Uruguay, explicó en 2008 su veto a la ley que pretendía permitir el aborto
en su país, afirmando: “El verdadero grado de civilización de una nación se
mide por cómo se protege a los más necesitados. Por eso se debe proteger más a
los más débiles. Porque el criterio no es ya el valor del sujeto en función de
los afectos que suscita en los demás, o de la utilidad que presta, sino el
valor que resulta de su mera existencia”.
Por otra parte, una toma de
contacto cada vez mayor con la realidad puede ayudar a cambiar las conciencias.
Así, por ejemplo, hace diez años se vendía con cierto tinte de “progresismo” la
idea de reconocer la prostitución e incluirla entre los oficios demandados en
el INEM. El conocimiento de las implicaciones reales que supone establecer un “contrato
sexual remunerado” con un extraño, ha hecho comprender ya a muchos que la
prostitución se parece más a una forma de esclavitud que a un trabajo. “La
prostitución existe… porque tú pagas”, es el texto de un buen anuncio público
sobre este tema.
En octubre de 2011, el
Consejo de Europa aprobó una iniciativa para prohibir el aborto por razón de
sexo. Contó con el apoyo de la inmensa mayoría de grupos parlamentarios. En
esta ocasión, tanto las supuestas izquierdas como las supuestas derechas
entendieron que es injusto abortar a una niña por ser mujer, como ocurre por
desgracia en China o India, y como se empezaba a observar también en algunos
países europeos. Está claro, pero ¿por qué las niñas tienen derecho a nacer y
los que sufren síndrome de Down, no? ¿Es que son menos humanos? Asistimos, con
el diagnóstico prenatal, a una verdadera cacería intrauterina de bebés
“defectuosos”, amparada por la ley y financiada con impuestos. Podríamos
seguir: ¿Por qué las niñas tienen derecho a nacer y los que tienen la desgracia
de ser concebidos en “mal momento”, no? ¿Es que sus vidas valen menos? El
aborto no se sostiene, es un negocio tan injusto como la esclavitud, la guerra
o el tráfico de drogas.
Por todo esto y mucho más,
desde el Secretariado de Defensa de la
Vida de la
Diócesis de Cádiz y Ceuta animamos a todos a rezar por la
vida, a colaborar con ayudas sociales y a ofrecer una educación sexual
verdaderamente humana. Y también os animamos a actuar y luchar democráticamente
para abolir el aborto, especialmente en este 5 de Julio, aniversario de la
proclamación de una ley injusta, muy injusta.