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En la Fiesta de la Familia en san
Pedro
El Papa, ante 150.000 personas: «El matrimonio dura toda la vida y necesita la ayuda de Jesús» |
Discurso completo del Papa Francisco en la
Jornada Mundial de la Familia
¡Queridas familas, ¡´buona sera´ y bienvenidas a Roma!
Han venido aquí como peregrinos desde muchas
partes del mundo, para profesar la fe delante del la tumba de San Pedro. Esta
plaza les acoge y abraza: somos un sólo pueblo, con una sola alma, convocados
por el Señor, que nos ama y sostiene. Saludo también a todas las familias que
están unidas a través de la televisión y de internet: una plaza que se extiende
sin confines.
Quisieron llamar a este momento “¡La familia vive
la alegría de la fe!”. ¡Me gusta este título! He escuchado las experiencias de
ustedes, los casos que han contado. Vi tantos niños, tantos abuelos... Sentí la
tristeza de las familias que viven en situación de pobreza y de guerra. He oído
a los jóvenes que se quieren casar, aún entre mil dificultades. Y entonces nos
preguntamos: ¿Cómo es posible, hoy, vivir la alegría de la fe en familia? ¿Es
posible o no es posible vivir esta alegría?
En el evangelio de Mateo, hay una palabra de
Jesús que nos ayuda: ´Venid a mí todos los que están cansados y oprimidos, que
yo les aliviaré´. Muchas veces la vida es pesada y tantas veces trágica, lo
hemos apenas escuchado. Trabajar es fatigoso; buscar trabajo es fatiga y
encontrar trabajo hoy nos pide tanta fatiga.
Pero, aquello que más pesa en la vida, no es
esto, lo que más pesa es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser
acogidos. Pesan ciertos silencios, a veces aún en familia, entre marido y
esposa, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, el cansancio se hace
más pesado. Pienso en los ancianos solos, a las familias en dificultad porque
no tienen ayuda para sostener a quienes en casa precisan de especiales
atenciones y cuidados. ´Venid a Mí todos los que están cansados y oprimidos´,
dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce nuestros
cansancios, los conoce y los pesos de nuestra vida. Pero conoce también nuestro
deseo profundo de hallar la alegría del alivio. ¿Se acuerdan? Jesús dijo:
´Vuestra alegría sea plena´. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena.
Lo dijo a los apóstoles, y hoy lo repite a todos
nosotros. Así, esta es la primera cosa que quiero compartir con ustedes en esta
tarde, y es una palabra de Jesús: ´Venid a mi, familias de todo el mundo --dice
Jesús-- y yo les aliviaré para que vuestra alegría sea completa´.
Y esta palabra de Jesús llévenla a casa, en el
corazón, compártanla en familia, él nos invita a ir hacia él para darnos a
todos la alegría.
La segunda palabra, la tomo del rito del
matrimonio. En este sacramento, quien se casa dice: ´Prometo serte fiel, amarte
y respetarte, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, y de
honrarte y amarte todos los días de nuestra vida´. En aquel momento, los
esposos no saben qué sucederá, no saben cuáles son las alegrías y las tristezas
que les esperan. Parten, como Abraham; se ponen juntos en camino. Esto es el
matrimonio, partir y caminar juntos, de manos dadas, entregándose en la mano
grande del Señor. Mano en la mano por toda la vida y sin hacer caso de esta
cultura de lo provisorio que nos corta la vida a pedazos.
Con esta confianza en la fidelidad de Dios, todo
se enfrenta, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son
ingenuos, conocen los problemas y los peligros de la vida. Pero no tienen miedo
de asumir la propia responsabilidad, delante de Dios y de la sociedad. Sin huir
ni aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo
hijos.
Pero hoy, santo padre, es difícil. ¡Seguro que es
difícil! ¡Por eso, es necesaria la gracia del sacramento! ¡Los sacramentos no
sirven para decorar la vida; ¡que lindo matrimonio, que linda la ceremonia, que
linda la fiesta! Eso no es la gracia del sacramento, eso es una decoración y la
gracia no es para decorar la vida pero para hacernos fuertes en la vida, para
hacernos corajosos y poder ir adelante! Sin aislarse, siempre juntos.
Los cristianos se casan sacramentalmente, porque
son conscientes que necesitan el sacramento. Necesitan a este para vivir unidos
entre sí y cumplir la misión de padres. ´En la alegría y en el dolor, en la
salud y en la enfermedad´. Así dicen los esposos en el matrimonio y rezan
juntos y con la comunidad, ¿por qué? Solamente porque es costumbre hacerlo así?
No, lo hacen, porque les sirve para el largo viaje que deben hacer juntos, no a
tramos, necesitan de la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para
acogerse uno al otro cada día y perdonarse cada día.
Y esto es importante en las familias, saber
perdonarse, porque todos nosotros tenemos defectos, todos y a veces hacemos
cosas que no son buenas y le hacen mal a los otros. Tener el coraje de pedir
perdón en familia cuando nos equivocamos. Hace pocas semanas atrás recordé en
esta plaza que para llevar adelante una familia es necesario usar tres
palabras, quiero repetirlo, tres palabras: permiso, gracias y perdón. Tres
palabras claves.
Pidamos permiso para no ser invasores. En
familia: ¿Puedo hacer esto, te gusta que haga esto? El leguaje del permiso.
Demos gracias, gracias por el amor, pero dime tú, cuántas veces al día le dices
gracias a tu mujer o a tu marido? Cuántos días pasan sin decir esta palabra:
gracias.
Y todos nos equivocamos, y a veces alguno se
ofende en la familia, o en el matrimonio. A veces, digo, vuelan los platos, se
dicen palabras fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen la jornada sin
hacer la paz, cada día. Disculpa y se recomienza. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo
decimos juntos?: Permiso, gracias, disculpa, usemos estas tres palabras en
familia, perdonarse cada día.
En la vida, la familia experimenta muchos
momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, el paseo hasta al parque o
por los campos, la visita a los abuelos, o a una persona enferma... Pero, si
falta el amor, faltará la alegría, faltará la fiesta. Porque el amor nos lo da
siempre Jesús: él es la fuente inagotable y se da a nosotros en la Eucaristía.
Allí en el sacramento, Jesús nos da su palabra y el pan de la vida, para que
nuestra alegría sea completa.
Y para concluir, está aquí delante de nosotros,
este ícono de la presentación de Jesús en el templo. Es un ícono verdaderamente
bello e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como
todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen su camino: María y
José se pusieron en camino, yendo como peregrinos a Jerusalén, obedeciendo a la
ley del Señor; y también el viejo Simeón y la profetisa Ana, también ella muy
anciana, van al templo impelidos por el Espíritu Santo. La escena nos muestra
este entrecruzarse de tres generaciones: el entrelazarse de tres generaciones,
Simeón toma en los brazos al niño Jesús, en quien
reconoce al Mesías, y Ana es representada en el gesto de alabar a Dios y
anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos
ancianos representan la fe como memoria.
Y les pregunto: ¿Ustedes escuchan a los abuelos?,
¿le abren el corazón a la memoria que nos dan los abuelos? Los abuelos son la
sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo, y un pueblo que no escucha
a los abuelos es un pueblo que muere. Hay que escuchar a los abuelos.
María y José son la familia santificada por la
presencia de Jesús que es el cumplimiento de todas las promesas. Cada familia,
como la de Nazaret está insertada en la historia de un pueblo y no puede
existir sin las generaciones anteriores. Y por ello tenemos aquí a los abuelos,
los abuelos, y los niños. Los niños aprenden de los abuelos y de las
generaciones anteriores.
Queridas familias, también ustedes son parte del
pueblo de Dios. Caminen felices, juntamente con este pueblo. Permanezcan
siempre unidas a Jesús y llévenlo a todos con vuestro testimonio. Gracias por
haber venido. Juntos, hagamos nuestras estas palabras de san Pedro, que nos dan
fuerza y continuarán a darnos fuerza en los momentos difíciles: ´¿Señor, de
quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!´. ¡Con la gracia de Cristo,
vivan la alegría de la fe! ¡El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les
proteja y acompañe!