sábado, 29 de diciembre de 2012

Una cita con el obispo


TRIBUNA LIBRE

Una cita con el obispo

ÓSCAR / GONZÁLEZ ESPARRAGOSA | ACTUALIZADO 29.12.2012 - 01:00
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Este domingo, con la Fiesta de la Sagrada Familia, los católicos celebramos que el Hijo de Dios ha santificado la institución familiar entrando a formar parte de una familia humana: la familia de María y José. ¡Contemplando el hogar de Nazaret podemos comprender el valor tan grande que tiene la familia a los ojos de Dios!

Las razones de ese incomparable valor son múltiples. Ante todo, la familia es el santuario de la vida. En la familia, la vida humana es acogida, protegida y cuidada con amor, desde su inicio, en la concepción, hasta su fin natural.



La familia es también la escuela del amor. En ella aprendemos el valor más importante de la vida: el amor. Y el amor entendido en su sentido más noble: no como deseo de posesión, sino como capacidad para darnos y servir gratuitamente a nuestros semejantes. Enseñar a los hijos a amar y a darse a los demás, es la tarea más importante que los padres desarrollan como educadores. Cuando una familia no es capaz de educar en el amor, el daño que se hace a los hijos y a la sociedad resulta casi irreparable.

La familia es también la primera escuela de los grandes valores morales: la tolerancia, la capacidad de diálogo, la solidaridad, el sentido de justicia, la capacidad de sacrificio, la compasión hacia los más débiles, y la auténtica libertad, que no consiste en la desenvoltura para hacer lo que nos dé la gana en cada momento, sino en la capacidad de hacer sólo lo que es bueno… Todos esos valores se aprenden ante todo en la familia, y son los que forjan ciudadanos maduros, capaces de construir una sociedad justa, solidaria y pacífica.

Finalmente, la familia es la primera y la más importante escuela de la fe. En la familia aprendemos a conocer a Dios, a escuchar su Palabra, a rezarle y a leer los acontecimientos a la luz de la fe.

No podemos olvidar la importancia de la familia como escuela de oración. Gracias al ejemplo y la experiencia de los padres, los hijos se inician en el trato personal con Dios. Una educación verdaderamente cristiana no puede prescindir del aprendizaje de la oración. El abandono de la fe por parte de los hijos tiene su raíz, muchas veces, en las carencias de esa imprescindible iniciación al trato personal con Dios. Sin la oración, Dios sólo llega a ser percibido como un "algo", una idea fría y distante; pero no puede ser reconocido como "Alguien" cuya presencia invisible, pero cálida y real, nos acompaña y nos conforta en el camino de la vida. Sin la experiencia de la oración, es imposible llegar al conocimiento de Dios. Sin oración, la fe y la vida cristiana no pueden subsistir. Y, si la práctica de la oración no se aprende en casa, luego será muy difícil llenar ese vacío.

La celebración de la Fiesta de la Sagrada Familia nos invita a contemplar el hogar de Nazaret, para tomarlo como modelo de familia. De la familia de Nazaret aprendemos, a poner a Dios en el centro de la vida de nuestros hogares: hablando de Él a los hijos, rezando con ellos, enseñándoles a vivir con caridad los pequeños y grandes momentos de cada día, educando en los valores morales, cultivando la solidaridad con los que sufren, y concediendo un lugar destacado a la celebración de los sacramentos, que son los vínculos ordinarios que nos unen a Dios y nos hacen participar de su Espíritu. Sólo así nuestras familias podrán hacer frente a los embates de la cultura materialista que nos envuelve, y que, erradicando a Dios del corazón, impide al ser humano alcanzar su verdadera grandeza y plenitud.

Las familias deben encontrar en la comunidad cristiana la inspiración, el apoyo y las ayudas adecuadas para asimilar los valores que resplandecen en la Sagrada Familia, y así llegar a ser profundamente felices, y poder desempeñar eficazmente su misión en la Iglesia y en el mundo. Por eso, mañana, a las cinco y media, las familias tenemos una cita con el Obispo en la Catedral. Para encontrarnos, para compartir experiencias, para rezar juntos, y para encomendar a Jesús, a María y a José la vida, la misión y la santidad de nuestros hogares.