Los dones del Espíritu,
catequesis del Papa Francisco, hoy la Sabiduría
Este miércoles 9 de abril, el
Papa Francisco ha abierto un nuevo ciclo de catequesis en la audiencia general
de los miércoles: Los dones del Espíritu Santo. La primera de ellas la ha
dedicado al don de sabiduría. Este es en español el texto completo de la
catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas: Hoy
comenzamos una serie de reflexiones sobre los dones del Espíritu Santo. El
Espíritu Santo es el alma, la linfa vital de la Iglesia y de cada cristiano: es
el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con
nosotros. Él está siempre con nosotros.
El Espíritu mismo es “el don de
Dios” por excelencia (Cf. Jn 4,10), y a su vez comunica a quien lo acepta
distintos dones espirituales.
La Iglesia identifica siete, un número que indica simbólicamente plenitud, integridad; son aquellos que se aprenden en la preparación para el sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada “Secuencia del Espíritu Santo”: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El profeta Isaías ya los había mencionado, hablando del Espíritu que se habría posado sobre el Mesías y que habría guiado su obra de salvación (Cf. 11, 02).
La Iglesia identifica siete, un número que indica simbólicamente plenitud, integridad; son aquellos que se aprenden en la preparación para el sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada “Secuencia del Espíritu Santo”: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El profeta Isaías ya los había mencionado, hablando del Espíritu que se habría posado sobre el Mesías y que habría guiado su obra de salvación (Cf. 11, 02).
1. El primer don del Espíritu
Santo, de acuerdo con esta lista tradicional, entonces, es la sabiduría. No se
trata meramente de la sabiduría humana, fruto del conocimiento y la
experiencia. En las Escrituras se nos dice que a Salomón, en el momento de su
coronación como rey de Israel, Dios le preguntó qué regalo hubiera querido que
le concediera. Salomón no pidió la riqueza, ni el éxito, ni la fama, o una vida
larga y feliz, sino que le pidió: “un corazón dócil que sepa distinguir el bien
del mal” (1 Reyes 03, 09). Eso es precisamente la sabiduría: es la gracia de
poder verlo todo con los ojos de Dios. Se trata de una luz interior que sólo el
Espíritu Santo puede dar, y que nos permite reconocer la huella de Dios en
nuestra vida y en la historia.
2. La sabiduría, por lo tanto, no
nace tanto de la inteligencia o el conocimiento que podamos tener, sino de la
intimidad con Dios. ¡Cuántas veces nos encontramos con personas que no han
estudiado y, en cambio, tienen este don! Cuando estamos en comunión con el
Señor, el Espíritu es como si transfigurase nuestro corazón e hiciera
percibirle todo su calor y su predilección. Esto significa que el don de la
sabiduría hace de un cristiano un contemplativo: todo le dice algo acerca de
Dios y se convierte en signo de su misericordia y de su amor. Realmente es una
experiencia sobrenatural: significa sentirse con el Señor para siempre,
sentirse entre sus manos, compartir su alegría, su paz y su pasión irrefrenable
por cada hombre. Todo esto en un espíritu de profunda gratitud, donde todo
brilla por su belleza y se convierte en una razón para dar gloria a Dios
3. El Espíritu Santo hace
entonces al cristiano “sabio”. Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene
una respuesta para todo, que lo sabe todo, sino en el sentido de que “sabe” de
Dios, que su corazón y su vida tienen el gusto, el sabor de Dios. ¡Qué importante
es que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios
y se convierte en un signo hermoso y vital de su presencia y de su amor. Y es
algo que no podemos improvisar, que no podemos obtener de nosotros mismos: es
un don que Dios da a los que se hacen dóciles a Su Espíritu.
Todo esto nos interpela
personalmente. Cada uno de nosotros puede preguntarse: “¿Mi persona y mi vida,
tienen sabor o no saben nada, son insípidas? ¿Puedo decir que tienen el sabor
del Evangelio?, ¿el perfume de Cristo?”. Quién nos encuentra inmediatamente
percibe si somos hombres y mujeres de Dios o no; si nos movemos por nosotros
mismos, por nuestras ideas, nuestros propósitos, o por su Espíritu que habita
en nuestros corazones. Y si tenemos en nosotros la sabiduría que viene de Dios,
podemos distinguir el bien del mal, y convertidos en expertos en las cosas de
Dios, comunicar a los demás su dulzura y su amor.