En el silencio,
Dios, incansablemente, se ha manifestado de nuevo
LLegamos a Chipiona, la tarde del viernes, con una esperanza y un
convencimiento cierto de que Dios actuaba en nuestras vidas y estaba presente
en ese lugar. Y que María se preocupa de todos los que pasamos por allí y nos
ayudaba a tener ese encuentro con su hijo.
Desde la primera reunión, donde se nos invitaba al silencio, sentía
que el Señor iba trabajando mi "ser". La primera meditación nos provocó,
en esa noche y antes de retirarnos, tener un encuentro con Cristo, en su
Sagrario. En la noche meditaba las palabras dichas y como fue mi primer
encuentro, ese día, con Cristo Eucaristía. La mañana siguiente, temprano, me
esperaba el Sagrario, ese misterio reparador de Jesús, real y presente, en el
pan consagrado.
Eucaristía, meditación, contemplación, adoración, silencio se iban
sucediendo en toda la Casa de Ejercicios, de forma atrayente y alentandora. En
todos los rincones, de una forma u otra, encontrabas a Dios; en el recoleto
oratorio, en la capilla ‒con el Cristo de san Damián‒, en la sala, en los
pasillos, en el jardín. Todo me hablaba de Dios.
Los dos días pasaron rápidamente y cada encuentro con Cristo, después
de cada meditación resultaba, cada vez, más gratificante y plenificante. Toda
mi historia quedaba reconfortada, vivificada y redimida por el Señor.
Ver las expresiones de los hermanos, sus conversiones, sus actitudes,
su forma de orar, sus gestos; todo apuntaba a la intervención de Dios en sus
vida y en la mía. ¡Cómo nos sanaba el Señor, en los corazones y las vidas
dañadas!
El deseo de los hermanos por encontrarse con el Señor, en la
confesión, en el acompañamiento espiritual, en el compartir la mesa ‒en el
silencio y la escucha de las meditaciones de Santa Teresa de Lisieux‒, en el
compartir la Misa; todo me contagiaba a vivir una vida más entregada a Dios, a
buscar su Palabra, su voluntad, la misión a la que me llama, a ser mejor
orante.
Contemplar es entrar en el corazón de Dios. Apagar los ruidos
exteriores para, poco a poco, llegar a la comunión íntima, al encuentro con el
Cristo Pascual, a vivir el tiempo presente del Eterno, la sensación de que no
hay pasado ni futuro, sólo eternidad. Gracias, Señor, porque me has llevado a
gozar esta intimidad y has hecho que pueda degustar, de nuevo, tu presencia y
tu manifestación en mi vida. Gracias, Señor, porque me siento reconfortado y
animado a vivir la vida que me ofreces.
En el silencio, he podido entrever como mi
corazón sale a tu encuentro.
En el silencio, he vuelto a descubrir, que
creyendo mirar he estado ciego.
En el silencio, he vuelto a revivir que mi
alma sigue aquí aprisionada, y muero.
En el silencio, he vuelto a comprobar cómo
vuelve a brotar si la riegas de nuevo.
En el silencio, la luz de tu verdad ha
vuelto a iluminar mi pensamiento
En el silencio, la triste oscuridad ha
dado paso ya a tu Misterio
En el silencio, he vuelto a sonreír, pues
he podido ver que me habitas por dentro.
En el silencio, ha vuelto a latir mi
errante corazón porque ha arribado a puerto.
Fray Nacho
Nuestra Señora de Regla, ruega por nosotros.
"Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de
allá arriba. donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los
bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida
está con Cristo escondida en Dios". (Col
3, 1-3)
José Antonio Sigler.