SEMANA
DE LA FAMILIA.
Presentación del documento episcopal
Presentación del documento episcopal
“LA
VERDAD DEL AMOR HUMANO”.
JUSTIFICACIÓN
Y FINALIDAD DEL DOCUMENTO.
El 26 de abril de 2012, la Asamblea
Plenaria de la Conferencia Episcopal Española aprobó la publicación de una instrucción
pastoral titulada “La verdad del amor
humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la
legislación familiar”.
¿Por
qué esta Instrucción?
En los números introductorios, los
mismos obispos se han ocupado de señalarnos los objetivos de su instrucción. Se
trata de salir al paso de una serie de nuevas circunstancias socio-culturales, que
afectan negativamente a la institución matrimonial, a la familia y a la entera
sociedad, cuyo bienestar depende, en gran medida, de la salud de la institución
familiar.
1º.- Ante todo, los obispos nos alertan
del progresivo desarrollo de una “nueva cultura” del matrimonio y de la
familia. Una cultura…
o
Configurada sobre los planteamientos ideológicos
de la “revolución sexual” y de la “ideología de género”.
o
Plasmada jurídicamente en leyes contrarias
al bien de la familia, que se presentan como la conquista de “nuevos derechos”
de la persona.
o
Difundida masivamente a través de los
programas educativos escolares y de los medios de comunicación.
2º.- Los obispos denuncian también la
promulgación de leyes que…
o
Devalúan el matrimonio.
o
Desprotegen la familia y la vida
humana no nacida.
o
Y promueven una “cultura de la muerte”,
que erosiona el respeto de la vida humana y el aprecio de la familia, como
santuario de la vida y escuela de verdadera humanidad.
En los comienzos del tercer milenio,
la Conferencia Episcopal Española publicó dos importantes documentos: “La familia, santuario de la vida y esperanza
de la sociedad” (2001), y el “Directorio
de la pastoral familiar en España” (2003). Con ellos ya nos alertaban frete
a esos fenómenos sociales, al tiempo que exponían las directrices para una respuesta
pastoral de evangelización y ayuda a las familias.
Finalidad
de la instrucción.
Puesto que las amenazas culturales que
afectan al matrimonio y la familia se han agravado, nuestros obispos nos
ofrecen una nueva instrucción, “La verdad
del amor humano”, para:
1º.- Recordar los principios
fundamentales de una auténtica antropología cristiana de la sexualidad humana y
del amor conyugal.
2º.- Denunciar los errores
antropológicos de las ideologías y leyes que, pretendiendo ampliar el ejercicio
de libertad de las personas, perjudican el verdadero bien del matrimonio y de
las familias.
3º.-
Ofrecer a los católicos las líneas maestras de una pastoral familiar
renovada, que favorezca la construcción de una auténtica cultura del matrimonio
y la familia.
Estructura
del documento:
El documento ha sido estructurado en
tres pasos:
1º.- El primer paso: Corresponde
a los capítulos primero a tercero de la instrucción. En ellos, nuestros obispos
ofrecen una síntesis de la antropología cristiana de la sexualidad humana y del
amor conyugal. En un tono muy positivo, exponen el “Evangelio del matrimonio y
la familia”: o sea, el proyecto de Dios sobre la sexualidad humana y el
matrimonio.
2º.- El segundo paso: Comprende
los capítulos cuarto y quinto. Nuestros obispos denuncian las ideologías contemporáneas
que impiden vivir con convicción y fidelidad el proyecto de Dios sobre el
matrimonio y la familia. Sobre todo, realizan una crítica fundamentada de dos de
ellas:
o
La “ideología de género”, que es una
nueva teoría sobre el sexo, que ignora la dignidad personal del cuerpo humano,
y trivializa el comportamiento sexual.
o
El “emotivismo”, que reduce el amor conyugal
a mero sentimiento subjetivo, ignorando el valor de la institución matrimonial.
Nuestros obispos también denuncian las
leyes que, basadas en estas ideologías, desprotegen el matrimonio y la familia,
equiparándolos a otros tipos de convivencia que nada tienen que ver con su verdad
ni con su relevante aportación al bien de la sociedad.
3º.- El tercer paso: Abarca el
sexto y último capítulo del documento. Los obispos nos proponen las líneas
maestras de una pastoral familiar renovada, que contribuya eficazmente a la promoción
de una verdadera cultura del matrimonio y la familia.
PRIMERA
PARTE DE LA INSTRUCCIÓN
(CAPÍTULOS
1 a 3):
EL
PROYECTO DE DIOS SOBRE
EL
AMOR, LA SEXUALIDAD, Y EL MATRIMONIO.
Punto
de partida.
Antes de entrar a denunciar los errores
antropológicos de las ideologías contemporáneas que se oponen al verdadero
bienestar del matrimonio, de la familia y de la sociedad, nuestros obispos han
querido exponer, en tono positivo, toda la verdad del “Evangelio” del amor
conyugal. En los capítulos primero a tercero de su instrucción, nos ofrecen un
resumen de los fundamentos antropológicos y teológicos de la sexualidad humana
y del amor conyugal.
Para explicar la verdad de la
sexualidad humana y del amor conyugal, nuestros obispos parten de su fundamento
teológico: el amor de Dios. Frente a los intentos de reducir la sexualidad a
mera fisiología, el amor a pura emotividad subjetiva, y el matrimonio a simple
convenio de convivencia entre dos personas cualquiera, los obispos nos ayudan a
releer la sexualidad humana y el matrimonio a la luz de la Revelación, a la
luz de la fe en el Dios, que nos ha creado a su imagen, y nos ha llamado en
Cristo a participar en su amor.
La instrucción resume antropología
católica del amor conyugal en las siguientes afirmaciones:
1º.- Dios es el principio y
fundamento del amor humano. (cf. 6-12)
Dios está en la raíz profunda de todo
amor humano, porque Él, que es Amor, Misterio Trinitario en el que el Padre y
el Hijo se aman mutuamente en el Espíritu, ha creado al hombre a su imagen y
semejanza (cf. Gn 1,27). Este hecho condiciona de raíz nuestra naturaleza: el
ser humano ha sido creado a imagen de su Creador, para vivir en el amor. La
vocación al amor está impresa en lo más profundo de la naturaleza humana. Como
imagen y semejanza del Dios Amor, el hombre existe para amar. Y sólo alcanza su
plenitud en la medida en que vive en comunión de amor con sus semejantes, a semejanza
de la comunión amorosa de las tres Divinas Personas. El amor es la vocación
fundamental e innata de todo ser humano.
Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nos
ha revelado, de modo insuperable, el amor de Dios. Él ha manifestado también,
la máxima revelación del amor con que debemos amarnos los seres humanos. Cristo,
nuevo Adán, es el modelo ejemplar de humanidad. En Él resplandece la verdad más
profunda del hombre y de su vocación al amor.
2º.- El hombre ha sido llamado por
Dios a participar de su amor. (cf.
13-16).
Por medio del Hijo, Dios nos ha
rescatado del pecado –o sea, del egoísmo y la incapacidad de amar-, y nos ha
recreado como hombres y mujeres nuevos, regalándonos la posibilidad de amar
como Él nos ama. El Padre nos llama a vivir íntimamente unidos a su Hijo, para
encontrar en Él la Verdad del amor. Cada hombre debe responder a esa llamada de
Dios a participar de su mismo amor.
Por consiguiente, la visión de la fe
nos ayuda a descubrir que el amor no es una iniciativa voluntarista del hombre,
sino la respuesta al amor de Dios. Un amor que nos precede, que es más grande
que nosotros mismos, y que nos hace comprender que amar consiste, ante todo, en
acoger el amor de Dios, y hacerlo propio.
3º.- La vocación al amor ha sido
inscrita por Dios en el lenguaje del cuerpo. (cf. 17-23)
Dios ha inscrito en el cuerpo humano,
y en su dinamismo sexual, la vocación al amor. Por eso, los obispos nos invitan
a reconsiderar la verdadera grandeza, dignidad y valor del cuerpo humano:
-
a.- El cuerpo no es un “objeto o
“cosa” que poseamos y que podamos usar caprichosamente. El cuerpo es una
dimensión constitutiva de la persona. El cuerpo visibiliza a la persona. Y la persona
se expresa a través del cuerpo. Por eso, relacionarse con el cuerpo es relacionarse
con la persona. En consecuencia, el cuerpo debe ser tratado con sumo respeto, porque
participa de la dignidad de la persona. Y esta dignidad encuentra su máxima
justificación en el hecho de que todo el ser humano, en su unidad de cuerpo y
alma, ha sido creado a imagen de Dios.
-
b.- Puesto que la persona es corpórea,
y su cuerpo está sexuado, cada persona existe necesariamente como varón o como
mujer. El sexo no es un simple atributo externo del cuerpo. No es algo
“periférico” a la persona. El ser humano es masculino o femenino en todo su
ser. Masculinidad o feminidad son modos de ser de la persona humana. La
diferenciación sexual afecta al núcleo más íntimo del ser de la persona. Y cada
persona se experimenta y se expresa a través de su sexualidad. De ahí la gran
dignidad del lenguaje sexual.
-
c.- Cada persona realiza su vocación al
amor en su condición de hombre o mujer. La sexualidad humana forma parte de la
capacidad de amar inscrita por Dios en el ser humano. A través del ejercicio de
su capacidad sexual el hombre y la mujer realizan su vocación al amor. Podemos
decir que Dios ha inscrito la vocación al amor en el cuerpo humano, en su
diferenciación sexual y en el lenguaje sexual. La diferenciación sexual orienta
a la recíproca complementariedad del hombre y la mujer, y su comunión amorosa, expresada
también sexualmente, se abre naturalmente a procreación de nuevas vidas.
4º.- Dios se ha servido del amor conyugal
para revelar su amor. (cf.
24-38)
Dios se ha servido del amor conyugal
para revelar su amor a los hombres. Retomando la enseñanza del Papa Pablo VI en
la Encíclica Humanae vitae (n. 11),
nuestros obispos nos han recordado las características esenciales del amor
conyugal:
-
Un amor plenamente humano y total
(cf.29): El amor conyugal abarca a las personas de los esposos en todos sus
niveles: entendimiento, sentimientos y voluntad, cuerpo y espíritu… El amor
conyugal no se reduce a sus dimensiones eróticas, sino que implica la completa comunión
de las personas de los esposos. Ciertamente, un amor que excluyera la
sexualidad no sería un amor conyugal. Pero tampoco sería auténtico un amor
conyugal reducido al ejercicio de la sexualidad, considerada sólo como
instrumento de placer.
-
Un amor fiel y exclusivo
(cf.30.34). El amor conyugal abarca al hombre y a la mujer en su totalidad, por
eso debe ser también un amor fiel y exclusivo. La dignidad personal de los
cónyuges exige que el amor conyugal sea exclusivo y para siempre. De otro modo
no es verdadero amor conyugal.
-
Un amor fecundo, abierto a la
vida
(cf.31-32). El amor conyugal, por su mismo dinamismo, está orientado a la
fecundidad. Esencialmente, el amor conyugal es don. Por eso, excluye cualquier
forma de reserva, incluida la capacidad procreadora. La orientación a la
procreación forma parte de la estructura de la sexualidad, por eso la apertura
a la fecundidad es una exigencia intrínseca de la verdad del amor conyugal, y
un criterio de su autenticidad. Sin la ordenación a la fecundidad, la relación
conyugal no puede ser considerada verdadera manifestación de amor. Un amor que
se cierra egoístamente a la procreación no es verdadero amor conyugal.
5º.- Dios ha santificado el amor
conyugal con el sacramento del matrimonio (cf. 39-44).
Por causa del pecado, el egoísmo hace
que al hombre le resulte costoso vivir la plena verdad de la sexualidad humana
y del amor conyugal. Tampoco es capaz de hacer de sí mismo un don completo y
definitivo al cónyuge. Por eso, necesita el auxilio continuo de la gracia.
Mediante el sacramento del matrimonio, Cristo ha querido sanar, perfeccionar y
elevar, con un don especial de su gracia, la capacidad de amar de los esposos
(cf. Vaticano II, Gaudium et spes,
49). A través del sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos
cristianos, para santificar su amor, y elevarlo a la participación del amor
divino. El sacramento del matrimonio inserta el amor conyugal en la comunión de
amor de Cristo con la Iglesia, y lo hace sacramento (signo eficaz) de ese amor
(cf. Ef 5,25-26). Por eso mismo, el amor de Cristo a su Iglesia debe ser la norma
constante de referencia para el amor conyugal.
SEGUNDA
PARTE DEL DOCUMENTO
(CAPÍTULOS
4 y 5):
DIFICULTADES
CULTURALES PARA VIVIR HOY
EL
PROYECTO DE DIOS SOBRE LA SEXUALIDAD
Y
EL MATRIMONIO.
Tras haber expuesto el proyecto de
Dios sobre la sexualidad humana y el matrimonio, los obispos pasan a denunciar
algunas ideologías y fenómenos culturales contemporáneos que dificultan comprender
y asumir el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia.
La
ideología de género (cf. 52-70)
¿Qué es la ideología de género? (cf.
52-57)
Nuestros obispos la definen como una
ideología que se presenta como una teoría “científica” del sexo. Su idea fundamental
es que el “sexo” constituye un mero dato biológico que no configura la realidad
de la persona.
-
El núcleo central de esta ideología es
el “dogma” pseudocientífico según el cual el ser humano nace “sexualmente
neutro”. La identidad sexual que cada uno asume, y el rol que escoge desempeñar
en la sociedad, son productos culturales, sin base en la naturaleza. Con
independencia de su sexo biológico, la persona puede optar, en cada situación
de su vida, por el género que desee.
- El
“sexo” biológico carecería de significado a la hora de realizar la vocación de
la persona al amor. Lo decisivo serían el “género” o rol que se asume. Éste dependería
de la libre elección del individuo, realizada según su contexto cultural y la
educación recibida.
-
La ideología de género separa radicalmente
el “sexo” (lo que el varón y la mujer son desde el punto de vista biológico) y
el “género” (la identidad sexual que asumen). Este último carece de base
biológica: es una construcción cultural. En consecuencia, los términos “hombre”
y “masculino” podrían designar tanto a un cuerpo masculino como femenino. Y al
contrario. Entre los diversos “géneros” se encuentran el masculino, el
femenino, el homosexual masculino, el homosexual femenino, el bisexual, el
transexual, etc. Cada individuo elige su orientación sexual a partir de sus
preferencias. Todas las formas de emparejamiento son igualmente aceptables, y a
todas se les deben reconocer los mismos derechos. Lo contrario sería una
discriminación “acientífica” e injusta.
En el fondo de la ideología de género,
subyace un fuerte dualismo antropológico, que rompe la unidad de la persona
humana, separando radicalmente el cuerpo de la entera realidad de la persona y
de su orientación sexual.
Difusión de la ideología de género:
(cf. 58-61)
Nuestros obispos denuncian un esfuerzo
creciente y bien programado, para introducir esta ideología en la conciencia de
los ciudadanos:
-
Primero, se provoca un cambio en la
conciencia de las personas, a través de la manipulación del lenguaje: Se
sustituye la palabra “matrimonio” por “pareja”. Se llama “matrimonio” a realidades
que nada tienen que ver con él. No se habla de “esposo” y “esposa”, sino de “cónyuge
A” y cónyuge B”. Se sustituyen las palabras “padre” o “madre” por “progenitores”.
Y se habla de diversos “modelos de familia”, para designar formas diversas de
convivencia”.
- Se
introduce la ideología de género en los acuerdos internacionales, para que
luego se asuma en la legislación de los diversos Estados.
-
Lograda la cobertura legal, se impregna
con esta ideología los programas educativos escolares, en asignaturas como “Educación
para la ciudadanía”. Y se procura erradicar, al mismo tiempo, cualquier intento
de formación afectivo-sexual auténticamente moral. Con ello se atropella el
derecho de los padres a ser los primeros y principales educadores de sus hijos.
Y el Estado, tratando de imponer una ideología propia, incumple su deber de
respetar el derecho de las personas a ser educadas en conformidad a sus legítimas
convicciones.
Consecuencias
de la ideología de género: (cf. 62-70)
Los obispos han señalado las graves
consecuencias que la ideología de género acarrea al matrimonio, la familia y el
bien común:
-
Devalúa la dignidad de la sexualidad,
y legitima todo tipo de comportamientos deshumanizadores e inmorales.
- Devalúa
y desprotege el matrimonio y la familia, que dejan de ser valorados como
pilares claves para el bien común de la sociedad.
- El
matrimonio deja de ser la institución del consorcio de vida de un hombre y una
mujer, en orden a su mutuo perfeccionamiento y a la procreación y educación de
los hijos, para convertirse en la convivencia efectiva entre dos personas
cualesquiera.
Cómo
reaccionar ante la ideología de género (cf. 71-81):
-
Con el testimonio de la propia vida: los
matrimonios y las familias cristianos deben dar un testimonio luminoso de
verdadero amor conyugal.
- Hay
que recuperar un lenguaje que distinga realidades que, por ser diferentes, no
pueden equipararse.
-
El Estado debe reconocer y respetar el
derecho de los padres a educar a sus hijos, sobre todo en el campo concreto de
la educación afectivo-sexual.
-
Las leyes deben ser acordes con la
verdad objetiva del amor humano. Ningún católico puede refrendar leyes que
atentan contra el matrimonio y la familia. Al contrario, debe oponerse a las
leyes injustas, por medios legítimos y pacíficos. Con ello no se trata de
imponer una moral concreta a una sociedad pluralista; pues la verdad del
matrimonio y la familia forma parte del patrimonio común de la recta razón.
-
Las personas homosexuales deben ser
acogidas con comprensión, y ayudados a superar sus dificultades, pero siempre
en el respeto a la verdad.
La
concepción subjetivista del amor conyugal (cf. 82-96).
Otro de los fenómenos culturales que
nuestros obispos han denunciado en su instrucción, como contrario a una vivencia
auténtica del amor conyugal, es el “emotivismo”, que identifica el amor
como una simple emoción, efímera por naturaleza. El “emotivismo” supone una
concepción totalmente subjetivista del amor conyugal, que no tiene por qué estar
vinculado a un compromiso estable de la voluntad racional. Al contrario, la
institución del matrimonio y su estabilidad se perciben más como un estorbo que
como una ayuda para vivir el amor conyugal (cf. 87-90).
Esta interpretación subjetivista del
amor conyugal tiene dos graves consecuencias:
1º.-
Se abandona el amor conyugal al vaivén de las emociones. De este modo, privado
el amor conyugal de una base firme, acaba derrumbándose más pronto que tarde.
Cualquier conflicto conyugal puede llevar a los esposos a concluir que su amor
ha muerto, que la ruptura es inevitable, y que las soluciones son imposibles (cf.
88). La actual ley “del divorcio exprés” participa de este tipo de mentalidad. Por
eso, en nuestro país, el contrato matrimonial se ha convertido en uno de los
más fáciles de rescindir. La ley vigente, propiciando actitudes precipitadas e
irreflexivas, favorece la ruptura conyugal, y no tiene suficientemente en
cuenta el sufrimiento que el divorcio causa a los propios cónyuges y a sus
hijos (cf. 67).
2º.-
Se promueve una concepción “privatizada” del amor conyugal. El amor
conyugal se percibe como un asunto meramente privado, que sólo atañe a los
esposos. Se olvida el valor y la repercusión social de la estabilidad de la
institución matrimonial (cf. 89). De hecho, la actual legislación reguladora
del divorcio, deja muy desprotegida la estabilidad
del matrimonio y de la familia, por que no reconoce su valor social.
Respuesta
cristiana ante la concepción subjetivista del amor conyugal
(cf. 82-115)
En respuesta a estos planteamientos
emotivistas y privatizadores del amor conyugal, nuestros obispos han dedicado
el capítulo quinto de su instrucción a exponer la relación indisoluble existente
entre “amor conyugal”, “institución matrimonial” y “bien común”. Dos son las
tesis o afirmaciones principales:
1º.- La institucionalización es una
exigencia de la verdad del amor conyugal (cf. 82-86).
Ciertamente, la decisión de contraer
matrimonio es libre. Pero en esa decisión están implicados bienes humanos de excepcional
importancia: el bien y la dignidad de las personas de los esposos, el bien y la
dignidad de los hijos, y el bien de la entera sociedad. Todos estos bienes deben
ser protegidos por la sociedad, incluso más allá de la voluntad de los cónyuges.
En consecuencia, la institución matrimonial no es algo extrínseco al amor
conyugal, o algo indebidamente impuesto por la sociedad, sino una exigencia ética
de su verdad y dignidad. La institución matrimonial brota como una exigencia
interior del amor conyugal, que, de este modo, se confirma públicamente como un
amor único, exclusivo, definitivo y abierto a la responsabilidad de engendrar y
educar a los hijos, que son los futuros ciudadanos. Entendida así, la institución
matrimonial no coarta la libertad de los cónyuges, sino que la defiende contra
el subjetivismo, y la ayuda a abrazar el proyecto de Dios (cf. 82-84).
Puesto que la dimensión social e
institucional del matrimonio pertenece a su misma naturaleza, la celebración de
la alianza conyugal reclama un marco público, y no puede quedar reducida a un
mero acuerdo privado entre el varón y la mujer (cf. 85). Amor conyugal e
institución matrimonial son realidades inseparables. Si a los que se casan les
faltara el amor, su vida no se desarrollaría en conformidad con su dignidad de
personas. Pero, si prescindieran de la institución, el amor conyugal tampoco
sería verdadero, porque faltaría el compromiso de fidelidad, definitividad y
responsabilidad social que es condición absolutamente necesaria de su verdad
(cf. 96).
2º.- La defensa y protección de la
institución matrimonial es una exigencia del bien común (cf. 97-115).
El matrimonio y la familia son instituciones
básicas y necesarias para salud de la sociedad:
-
Matrimonio y familia ayudan a la
sociedad a reconocer la importancia de bienes como la vida humana, la igualdad
radical de la dignidad del hombre y de la mujer, la dignidad de pequeños y
mayores, etc. (cf. 102)
-
Matrimonio y familia aportan una
contribución insustituible a la maduración integral de los hijos, y a su
formación en los valores que son esenciales para la convivencia humana: la
libertad, la justicia y el amor (cf. 105).
Por eso, matrimonio y familia son
pilares esenciales para el logro del bien común social, requieren
reconocimiento formal y una conveniente protección social. La familia es la
“primera escuela de socialización” (cf. 105), por eso constituye un “capital
social” de la mayor importancia, que debe ser protegido y promovido política y
culturalmente (cf. 106).
TERCERA
PARTE DEL DOCUMENTO
(CAPÍTULO
6):
LA
APORTACIÓN DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
A
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA NUEVA CULTURA
DEL
MATRIMONIO Y LA FAMILIA.
El último capítulo de la instrucción
está orientado a proponer las directrices fundamentales de una pastoral familiar
orientada a promover una nueva cultura del matrimonio y la familia.
1º.- Promover una verdadera
educación afectivo-sexual, que instruya en los fundamentos del Evangelio
del matrimonio y la familia (cf.122-126).
Una adecuada formación afectivo-sexual es
imprescindible para reaccionar frente a los problemas que suscitan las
ideologías mencionadas. Para ello contamos con la ayuda del Catecismo de la Iglesia Católica y de
algunos documentos recientes del Magisterio, como el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (Pontificio Consejo
Justicia y Paz) –que dedica una sección a la moral conyugal y familiar-, o el Lexicón de Términos ambiguos y discutidos
sobre familia, vida y cuestiones éticas (Pontificio Consejo de la Familia,
2004). Los movimientos familiares y los Institutos católicos de pastoral
familiar nos ofrecen iniciativas, materiales y cursos de formación muy
variados.
La familia es el lugar privilegiado, primero
e insustituible de la educación afectivo-sexual. En la familia se desarrollan
las relaciones personales y afectivas más significativas, que están llamadas a
trasmitir los significados básicos de la sexualidad. La educación afectivo-sexual
debe comenzar en la infancia, y prolongarse en la adolescencia. En esta labor,
la familia puede y debe ser ayudada por la Iglesia y el Estado, pero sin que se
interfiera nunca en el derecho-deber de los padres a ser los primeros
responsables de la educación de sus hijos.
La educación afectivo-sexual no puede
quedar reducida a una mera información biológica sobre la sexualidad humana. Debe
estar fundamentada en una antropología que responda a la verdad de la persona
humana. Descubrir la completa verdad y significado del lenguaje del cuerpo
permitirá distinguir las expresiones del amor auténtico de aquellas otras que
lo falsean. La educación afectivo-sexual conduce a apreciar el don maravilloso
de la sexualidad y la exigencia moral de vivirlo en su integridad. Por eso, se
trata de una educación en la castidad.
La educación afectivo-sexual exige
contar con personas que, debidamente preparadas, ayuden a formar a quienes
desarrollan, de forma más directa, las funciones educativas. Es necesario
formar agentes de pastoral capacitados para impartir esta formación.
2º.- Mejorar la preparación al
matrimonio (cf. 127-134)
Juan Pablo II contemplaba la
preparación al matrimonio como un proceso “gradual y continuo”, conformado por
tres etapas: remota (infancia y adolescencia), próxima (juventud y noviazgo) e
inmediata (preparación de la boda) (cf. Familiaris
consortio 66). Esta formación debe estar inscrita en un proceso de
iniciación cristiana integral, que ayude a formar cristianos capaces de vivir
la vocación al amor en el seguimiento de Jesucristo. Sin una adecuada
iniciación cristiana de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, la preparación
al matrimonio y la misma vida matrimonial de ve privada de una base sólida
capaz de sustentarla.
Es necesario ofertar itinerarios de fe
que den forma y contenido cristiano al noviazgo. Estos itinerarios deben ser
pensados en clave de evangelización, y desarrollados en forma catecumenal. Porque
no se trata tanto de trasmitir un conjunto de verdades sobre el matrimonio y la
familia, sino de promover una formación integral de los novios como discípulos
de Cristo. Por eso, la mejor formar de combatir la acción devastadora de las
nuevas ideologías es promover una “nueva evangelización”, proponiendo a Cristo
como el verdadero Camino para vivir y desarrollar la vocación al Amor. Porque sin
la ayuda de su gracia, sin la fuerza del Espíritu Santo, amar resulta una
aventura imposible.
3º.- La creación de servicios
específicos para ayudar a las familias:
Las familias deben ser ayudadas a
resolver los problemas de diversa naturaleza a los que puedan enfrentarse:
psicológicos, médicos, jurídicos, morales, económicos… Los “Centros de
Orientación Familiar”, dotados de la competencia necesaria y de una clara
inspiración cristiana, deben ayudar, con su asesoramiento, a la prevención y
resolución de los problemas que afectan hoy a las familias (cf. 120-121).
4º.- Promoción de políticas
familiares adecuadas y justas (cf. 135-138)
La protección y promoción del
matrimonio y de la familia es tarea de todos, pero corresponde, de manera
especial, a los poderes públicos, cuyo cometido es asegurar el bien común. Por
eso, los legisladores deben dictar leyes que respeten la verdad del matrimonio
y la familia, y que favorezcan su existencia y desarrollo. Realidades
diferentes no pueden ser tratadas como iguales. Reconocer las diferencias
objetivas entre el matrimonio y otro tipo de uniones no constituye una
discriminación, sino una exigencia de la justicia (cf. 107).
El hombre y la mujer que contraen
matrimonio, y forman una familia, deben ser decididamente apoyados por el
Estado, con medidas económicas y sociales. La natalidad debe ser dignificada,
valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Las familias numerosas
no deben verse gravadas por falta de ayudas. Se deben impulsar políticas
familiares que permitan a las familias desarrollarse adecuadamente.
Conclusión:
(cf. 142-145)
Nuestros obispos concluyen su documento
recordándonos:
1º.- Que la Iglesia asume una activa protección
y defensa de la familia porque sabe que así contribuye al bien de las personas
y de la sociedad.
2º.- Que, en este campo, la Iglesia actúa
según su condición de “Pueblo de la vida” (Juan Pablo II, Evangelium vitae 78-79). Para ello:
Debe anunciar el “Evangelio” de la
familia:
-
Proponiendo la verdad y dignidad del
amor humano, y la belleza de la vida familiar.
- Denunciando
las agresiones al verdadero bien de las familias.
- Ayudando
a educar la conciencia de niños y adolescentes en la verdad del amor.
-
Acompañando a los jóvenes en el
despertar de la vocación al amor y en la importancia de la elección del
cónyuge.
Sirviendo
al “Evangelio” de la familia:
-
Intensificando la pastoral familiar,
acercándose a las familias, sobre todo a través de la parroquia, para ayudar a
sus miembros a crecer en la fe y en el amor.
- Ayudando
a las familias en necesidad.
- Creando
centros específicos de servicio a las familias.
-
Promoviendo las asociaciones que
trabajan en la promoción de la vida matrimonial y familiar.
En esta instrucción, nuestros obispos
nos ofrecen, pues:
-
Una exposición del “evangelio” del
amor conyugal.
- La
exposición de las circunstancias culturales negativas que nos mueven a proponer
ese “evangelio” con urgencia.
-
Y las orientaciones básicas para una
pastoral familiar orientada a promover una nueva cultura del matrimonio y la
familia.
Rv. P. Oscar González Esparragosa
Delegado Episcopal para la Familia, la Defensa de la Vida y los COF