Palabra de Vida - Noviembre 2013
Chiara Lubich
«Sed buenos, comprensivos,
perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo». (Ef 4, 32) (1)
Este programa de vida es concreto y esencial. Bastaría por sí solo para
crear una sociedad diferente, más fraterna, más solidaria. Está sacado de un
amplio proyecto propuesto a los cristianos de Asia Menor.
En aquellas comunidades se había alcanzado la «paz» entre judíos y gentiles,
los dos pueblos que representan a la humanidad, divididos hasta entonces.
La unidad, don de Cristo, hay que reavivarla siempre y traducirla en
comportamientos sociales concretos, enteramente inspirados en el amor
recíproco. De ahí las indicaciones sobre cómo plantear nuestras relaciones:
«Sed buenos, comprensivos,
perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo».
Benevolencia: querer el bien del otro. Es «hacerse uno» con él, acercarnos a
él completamente vacíos de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestras
ideas, de tantos prejuicios que nos nublan la mirada, para cargar con sus
pesos, sus necesidades, sus sufrimientos, para compartir sus alegrías.
Es entrar en el corazón de aquellos a quienes nos acercamos para comprender
su mentalidad, su cultura, sus tradiciones, y hacerlas, en cierto modo,
nuestras; para entender de verdad lo que necesitan y saber acoger esos valores
que Dios ha depositado en el corazón de cada persona. En una palabra: vivir por
quien tenemos al lado.
Misericordia: acoger al otro tal como es, no como quisiéramos que fuese, con
un carácter distinto, con nuestras mismas ideas políticas, nuestras
convicciones religiosas y sin esos defectos o esos modos de hacer que tanto nos
irritan. No; hay que dilatar el corazón y hacerlo capaz de acoger a todos con
su diversidad, sus limitaciones y miserias.
Perdón: ver al otro siempre nuevo. Ni siquiera en las convivencias más
bellas y serenas –en la familia, en la escuela, en el trabajo– faltan momentos
de fricción, divergencias, enfrentamientos. Llegamos a no dirigirnos la
palabra, a evitar encontrarnos, por no hablar de cuando se arraiga en el
corazón el odio en toda regla hacia quien no piensa como nosotros. El
compromiso fuerte y exigente es tratar de ver cada día al hermano y a la
hermana como si fuesen nuevos, novísimos, sin recordar en absoluto las ofensas
recibidas, sino cubriéndolo todo con el amor, con una amnistía completa del
corazón, a imitación de Dios, que perdona y olvida. Además, la paz verdadera y
la unidad llegan cuando la benevolencia, la misericordia y el perdón se viven
no sólo individualmente, sino juntos, en la reciprocidad.
Y así como en una chimenea encendida, hace falta de vez en cuando mover las
brasas para que la ceniza no las cubra, también es necesario, de vez en cuando,
reavivar expresamente el amor recíproco, reavivar las relaciones con todos,
para que no queden recubiertas por las cenizas de la indiferencia, de la apatía
y del egoísmo.
«Sed buenos, comprensivos,
perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo».
Es necesario que estas actitudes se traduzcan en hechos, en acciones
concretas.
El propio Jesús demostró lo que es el amor cuando sanó a los enfermos,
cuando dio de comer a la muchedumbre, cuando resucitó a los muertos, cuando les
lavó los pies a sus discípulos. Hechos, hechos: esto es amar.
Recuerdo una madre de familia africana: había tenido que sufrir la pérdida
de un ojo de su hija Rosangela, víctima de un chico agresivo que la había
herido con un palo y seguía burlándose de ella. Ni el padre ni la madre del
chico habían pedido disculpas. El silencio y la falta de relación con aquella
familia la amargaban. «¡Consuélate –decía Rosangela, que había perdonado–,
tengo la suerte de poder ver con el otro ojo!».
«Una mañana –cuenta la madre de Rosangela–, la madre de aquel chico me mandó
llamar porque se sentía mal. Mi primera reacción fue: “¡Mira ésta, ahora viene
a pedirme ayuda, con tantos vecinos como hay, precisamente a mí, después de lo
que nos ha hecho su hijo!”. Pero
inmediatamente recordé que el amor no tiene barreras. Corrí a su casa. Ella me
abrió la puerta y se desmayó entre mis brazos. La acompañé al hospital y me
quedé a su lado hasta que los médicos la atendieron. Al cabo de una semana, ya
fuera del hospital, vino a mi casa a darme las gracias. La recibí con todo el
corazón. He conseguido perdonarle. Ahora la relación se ha reanudado; es más,
es completamente nueva».
También nosotros podemos llenar el día de gestos concretos, humildes e
inteligentes, como expresión de nuestro amor. Veremos crecer alrededor nosotros
la fraternidad y la paz.
Chiara Lubich
1) Palabra de vida publicada en Ciudad Nueva n. 434
(8-9/2006), p. 22