Entre los desafíos que nos toca afrontar a los creyentes en este mundo de hoy está el terrible drama del aborto. Comparto con vosotros el tweet que publiqué ayer citando a la Beata Madre Teresa de Calcuta: “El aborto mata la paz del mundo. Es el peor enemigo de la paz”. El Papa Francisco afirma: «entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana» (EG 214). Ciertamente dice el Concilio Vaticano II: «La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (GS nº 51).
Es lamentable que los dirigentes políticos que deben ser un referente para la regeneración moral de la sociedad renuncien a la defensa de la vida por motivos interesados que anteponen el poder a la vida misma, y la estrategia al bien común, que en la cosa pública es lo primero. Si además de promover el aborto se tolera que se considere legalmente como un derecho de la mujer se deja abierta una puerta por la que entrarán inevitablemente los peores atropellos contra la persona y sus derechos fundamentales. Una vez más queda desvalida la convivencia y una oscura nube pende sobre el futuro de la libertad. Solamente una ciudadanía crítica, consciente de los valores y decidida a actuar puede regenerar la vida social con mensajes, propuestas y acciones que convenzan a la sociedad, que le devuelvan su humanidad. Es lo que hacen cada día las asociaciones en defensa de la vida con una entrega ejemplar. Para los cristianos es un compromiso responsable con la sociedad. Como hemos dicho los obispos españoles “es tarea de todos promover el camino de la vida y no el de la muerte de un ser inocente, porque un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades».
Como recuerda el Papa a menudo, en este mundo donde domina la ley del más fuerte, son en primer lugar los más débiles los que pagan factura: niños, personas mayores y mujeres. El primer deber de la Iglesia, madre de Misericordia, es mirar con realismo el sufrimiento de niños y de hombres: ¿qué palabra dar para consolar y alentar? ¿Qué poner en marcha concretamente para ayudar y sanar? Sin duda, lo primero es regenerar la conciencia, porque cuando se mata la conciencia moral aceptamos impasibles los 110.000 abortos al año en España o los muchos millones que suman ya en el mundo; entonces, queridos amigos, la tragedia es que dejamos de ver la muerte de nosotros mismos, la agonía de la misericordia, la insensibilidad ante la justicia y ante nuestra propia humanidad.
La vida humana, sin embargo, tiene un sentido más allá de ella misma por el que vale la pena entregarla. El sufrimiento, la debilidad y la muerte no son capaces, de por sí, de privarla de sentido. Lo que importa es vivir el dolor y la muerte misma como actos de amor, de entrega de la Vida a Aquél de quien la hemos recibido. El mayor aliciente y ejemplo es vivirla como servicio, darla voluntariamente. Este es el motor del progreso auténtico: el dinamismo que genera el amor. Urge hacer presente el Amor de Dios, el de Cristo, el que transmite el Evangelio. Es urgente una Nueva Evangelización que vuelva a educarnos en el valor del hombre y nos enseñe la medida de la dignidad trascendente del ser humano, la verdad de Dios y la verdad del hombre amado por el.
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http://rafaelzornozaboy.com/2014/09/26/sobre-la-vida-se-ha-impuesto-anteponer-el-poder-a-la-vida-misma-la-estrategia-al-bien-comun/#more-437
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